Han estado por aqui

lunes, 18 de julio de 2011

LA VIDA ES COMO UNA CAJA DE BOMBONES...

Esta frase de Forrest Gump ya es un clásico. Y, a todas luces, una constatación de hechos. Lo malo es que, a veces, los bombones están en condiciones precarias, están caducados, se han derretido con el calor o son incomestibles. No siempre son dulces, ni tienen sorpresa en su interior (o la sorpresa del interior no es la guinda o la gotita de licor)… Y como decía la madre de Forrest, “nunca sabes qué te va a tocar”.

Ayer, viendo una película, me llamó la atención una frase que decían en ella: “la gente entra y sale de tu vida. Algunos te sorprenden, a otros los echas de menos… en cualquier caso, tu vida sigue”. No recuerdo las palabras exactas, así que esta es una versión libre mía, aunque creo que bastante aproximada. Si combináis la frase del primer párrafo y la del segundo, hasta es posible construir con ellas dos una especie de filosofía de vida. Quizás un poco de eslogan publicitario pero, en todo caso, bastante útil. Si somos capaces de comprender que la vida es una continuidad de eventos, anécdotas y experiencias, de personas que aportan a nuestra vida cosas buenas, malas, anecdóticas o aleccionadoras, es posible que estemos en el camino para sacarle todo el jugo posible a esta nuestra corta existencia. Y como dice una amiga mía, no sabes que cosas buenas te están esperando a la vuelta de la esquina, aunque la esquina parezca un poco lejos.

Si hay algo que no paramos de hacer durante toda nuestra existencia, a veces de forma totalmente involuntaria (además de respirar y tal), es aprender. De las experiencias, de nuestros aciertos y de nuestros errores. La capacidad del ser humano para aprender es muy amplia y, a la par, es muy torpe. ¿Cuántas veces no tenemos delante de las narices una situación de la que deberíamos aprender y no lo hacemos? Por torpeza, por terquedad, por inseguridad, etc. Cada cual tendrá sus razones. Ya lo dicen, que el hombre (y la mujer) tropieza dos veces en la misma piedra.

Todos navegamos con rumbo incierto por las aguas procelosas de la vida, a veces creyendo que vamos al timón, otras nos toca fregar la cubierta, en ocasiones nos subimos al mástil y nos despistamos buscando tierra en el horizonte… Incluso es posible que, de vez en cuando, embarranquemos en algún lugar o zozobremos tontamente en una costa solitaria donde hace un frío del copón. Si somos capaces de clavarle a la barquichuela cuatro tablones para reparar la vía de agua, o de ponernos a hacerle chapa y pintura… cuanto menos seguiremos hacia delante. Las velas se zurcen, los cascos se reparan y a la cubierta siempre se le puede dar una mano de barniz. 

"No sé si todos tenemos un destino, o si estamos flotando casualmente como en una brisa... pero yo creo que pueden ser ambas, puede que ambas estén ocurriendo al mismo tiempo. "Tom Hanks (Forrest Gump)

martes, 12 de julio de 2011

ME DA EN LA NARIZ...

Ayer, en un hilo de conversación, un amigo me recordó un relato que yo había escrito, hace algunos años, que él había descrito como un relato olfativo. Porque, entre otras descripciones, yo insistía en las percepciones de la protagonista acerca de los olores. O mejor dicho, hedores. Y es que, aunque el olfato no sea uno de los sentidos a los que les damos más prioridad, su función va más allá de la pura función informativa.

Un olor puede retrotraernos a un recuerdo del pasado, por ejemplo. Puede atraernos, repelernos, puede hacernos salivar de hambre, puede cambiar incluso una atracción por un rechazo. Quizás el olfato no es un sentido tan vistoso como la vista, valga la redundancia, ni tan directo como el tacto o tan sublime como el sentido del oído.

Tengo un buen puñado de recuerdos olfativos. Quizás el que describo en mi relato, que ayer rebusqué en el baúl de los recuerdos, rescaté y leí divertida, aunque aplicado a una historia totalmente ficticia, sí formaba parte de mi memoria olfativa. Recuerdo, hace veinte o más años, pasar un fin de semana en una pensión de mala muerte, de esas que tiene el baño en el pasillo y has de compartir con un puñado de desconocidos. Cuando está libre. Recuerdo los pasillos de suelo de linóleo, las paredes cubiertas por un papel pintado de flores amarilleadas por el tiempo… pero lo que se me quedó grabado fue aquel olor que lo impregnaba todo, un olor a verduras, a col hervida –y rancia-.

Otro recuerdo bastante intenso en cuanto a olores se convirtió en un antojo. Yo debía estar de cuatro o cinco meses, pasé por una callecita en la que había un colmado de Llegums Cuits (legumbres cocidas) y me asaltó, a traición y sin avisar, un aroma de lo más tentador: de lentejas cocidas. Me asaltó, me envolvió y no tuve mas remedio que volver sobre mis pasos y comprarme un cucurucho de lentejas. Y digo que se convirtió en un antojo porque una de las comidas favoritas de mi hijo son estas legumbres. Le haces un estofado de lentejas en pleno mes de agosto y es feliz.

Un perfume demasiado intenso puede convertir un trayecto de ascensor en una tortura para tu sentido olfativo. Un ligero aroma a colonia de hombre te puede hacer girar 180º la cabeza en la búsqueda visual de su origen. Vivimos rodeados constantemente de olores: la fetidez de una cloaca en un seco día de verano, el aroma de jazmines durante un paseo, el hedor de sudor rancio en la hora punto del metro o el bus, un hilo de incienso pasando junto a la puerta de una tienda (a veces, entro en una tienda sólo porque el olor que emana de ella me encanta), la fetidez de los tubos de escape en un semáforo, o ese tufillo mareante de la gasolina mientras repostas (que no sabes si te gusta o no). El olor picante del césped recién cortado, el aroma de un café, la fragancia dulce de un bebé, las esencias que nos invaden en una tienda de especias, el olor del papel de un libro, o el de la tinta de un periódico recién comprado. O el aroma de un buen vino, y aquí dejaría a mi amigo Luís que se explayase en su descripción, cosa que no se le da bien… se le da de maravilla.

Y por si no tenemos suficiente con todos esos olores que nos rodean por todas partes, despertando distintas reacciones y distintos sentimientos, rememorando recuerdos en ocasiones… nosotros mismos somos una fuente inagotable de aromas. Bueno, estoy hablando del cuerpo humano bien aseado (sin el “bien”, también somos una fuente inagotable pero no precisamente de aromas). Aunque uno, a si mismo, no se acostumbra a oler, los demás sí lo hacen. El olor corporal de una persona puede atraernos incluso más que otros elementos más palpables y a la vista. Te puede gustar su físico, sus ojos, su sonrisa… pero si te gusta su olor, estás perdida.

martes, 5 de julio de 2011

QUE PAREN EL MUNDO QUE ME BAJO UN RATITO

No sé vosotros, pero a mí, de vez en cuando, me entra una desazón inexplicable, o quizá no tanto, cuando contemplo el mundo a mi alrededor. ¿Por que no me gusta el mundo en el que vivo? Hmmm… no demasiado. Considero que está hecho a medida de unos cuantos para el disfrute de unos pocos y el esfuerzo de la mayoría. Y que nos venden la moto y, encima, la compramos. Que nos engañan y, al mismo tiempo, nos engañamos. No nos engañemos… los tiempos no han cambiado tanto desde que Roma era la Roma Imperial. Ahora tenemos televisores 3D, ascensores, vehículos a motor, Internet y otras tantas ventajas procedentes de la tecnología… pero seguimos siendo, básicamente los mismos. Mismas pasiones, mismos afanes, mismos defectos. Que la pátina del siglo XXI no nos confunda. Que el hábito no hace al monje. Y el Ipad no nos hace distintos. Ni mejores.

Vivimos en un mundo que corre tanto que, en ocasiones, es demasiado rápido. Te compras un móvil y, al mes, ya no sabes si es una antigualla desechable. El PC nuevo de trinca va a quedar desfasado en cuanto te despistes. Te compras el Ipad y sacan un modelo mejorado y con más prestaciones. Vivimos pendientes de demasiados factores materiales que nos obligan a estar al día constantemente. Todo gira tan rápido que, muchas veces, agradecerías que el mundo se detuviese un instante para poder respirar profundamente. Pero no puedes pararte. Nuestro mundo es imparable y exige cada día más de nosotros.

¿Y la gente? Miro a mi alrededor y veo mucha insatisfacción, poca ilusión y demasiado estrés. La gente que lo tiene todo no parece contenta con ello, los que no lo tienen, sufren porque quisieran y no pueden. Quienes tienen pareja, no la cuidan y no la respetan. Y quienes no, desean tener a quien cuidar y querer. Los que tienen un buen trabajo, no lo valoran en su justa medida, y los que no lo tienen, darían lo que fuera por tener un trabajo mínimamente digno. La gente acampa exigiendo derechos, pero las revoluciones  languidecen en cuanto se acercan los meses de vacaciones. Hay una cierta tensión en conseguir las vacaciones soñadas, aunque sea a costa de liarnos la manta a la cabeza. Todo el mundo habla de la crisis pero los bares están prácticamente saturados un sábado por la noche. Pillar mesa pasa por apuntarse a una lista de espera. En las rebajas, hay que darse de tortas para poder mirar la ropa expuesta para, después, hacer largas colas tras el mostrador de pago.

Algo así me iría de perlas :)
Quizá son las incongruencias de este mundo en ebullición las que me hacen sentir esta desazón hoy. Intento ir a mi ritmo, a mi paso, pero yo misma me veo envuelta en la vorágine. Incluso, cuando tengo una tarde sin planes que me hagan correr de aquí para allá, me cuesta relajarme. Echo de menos un tiempo en el que podía sentarme en un porche, con un té de frutas y un libro, dejando pasar las horas, disfrutando la lectura y la brisa de la tarde mientras, poco a poco, el día llegaba a su fin. No sé dónde han ido aquellos días pero los añoro. Y, retrospectivamente, los recuerdo como una época en la que, si el mundo no se detenía, yo me bajaba en un apeadero anónimo y me daban lo mismo los horarios de los trenes, porque no pensaba coger ninguno.

Llegados a este punto del texto me pregunto si lo que me pasa es que necesito unas vacaciones. Me parece que sí. Una pequeña maleta y unos cuantos libros bien escogidos deberían ser mis únicos compañeros de viaje. Me gustaría regresar al lugar del que emanan esos recuerdos de paz. Desconectar del mundanal ruido, de las tecnologías e incluso apagar el móvil. Aunque sea durante una semana. Quizá sea suficiente. Quizá no. Pero tendré que intentar que lo sea para que, tras ese corto periodo, pueda volverme a enfrentar con las prisas. 

lunes, 4 de julio de 2011

CUATRO DE JULIO (Y SIETE DE JULIO... SAN FERMIN)

Por estos pagos, lo del cuatro de Julio supongo que a la gente le trae al pairo. Y encima es lunes, que sumado a que no es fiesta, que no celebramos ninguna independencia y que empieza la semana, pues supongo que no hay gran cosa para tirar cohetes y demás artefactos pirotécnicos. O se nos acabaron ya con San Juan (y el olvidado San Pedro).

Es curioso esto del cuatro de Julio. Nos han bombardeado con películas que tienen como tema de fondo esa famosa fecha que, a la mitad del mundo ni nos va ni nos viene. Pero no sólo es el día de la Independencia de los EEUU, también es el día en el que nos libramos de los alienígenas malos gracias a Will Smith. No puedo remediarlo, siempre termino por asociar la fecha con esa película. Supongo que si en vez de norteamericana, la peli hubiera sido francesa, la fecha escogida habría sido otra… ¿Y si fuera española? ¿Y si los catalanes, a golpe de cop de falç, hubiéramos derrotado a los alienígenas?

¿Cómo celebraré mi cuatro de julio? ¿Tengo algo interesante que celebrar? Miro mi apretada agenda y constato que no. Aunque ya es bastante celebrar que hoy es un nuevo día y que, hasta que te metas en la cama, no sabes qué cosas te puede deparar. Entonces, abro el periódico de turno y empiezo a leer cosas que no me gustan: vertidos de petróleo, muertes por violencia doméstica, un niño muerto por un perro, que las crisis de pareja se duplican, que los alcaldes no se bajan el sueldo y que una institución bancaria va a cobrar dos euros por mes a los que tengan un saldo medio inferior a 2000 euros en la cuenta. Vamos, que si no iba a tirar cohetes por el cuatro de julio… aún peor me lo ponen. Busco con cierta preocupación alguna noticia que me alegre el día, pero que Kate Moss se haya casado no me interesa gran cosa y mucho menos trasciende en mi vida. Ni que Lorenzo haya ganado en MotoGP… aunque me gusten las motos. Un par de cosas me llaman la atención, que empieza la temporada del Cinema a la Fresca en Montjuich y que esta semana viene un espectáculo de Bollywood a la ciudad.

No sé si la película del viernes me ha sensibilizado especialmente y por eso estoy algo cínica. Aunque “cínica” no sería la palabra adecuada, seguramente lo es desilusionada. Porque no sé si vamos para atrás como los cangrejos (o, más bien, de lado) y la vida sólo nos da una de cal para luego darnos una de arena (o dos). No se si las noticias “agradables” (ni siquiera las puedo llamar “buenas”) compensan todas esas angustiosamente preocupantes. Sé que por unas horitas, mientras disfruto de una película recostada sobre el césped del foso de Montjuich, las olvidaré. O, durante lo que dure el espectáculo de color y danza de Bollywood, quedarán aparcadas un ratito. ¿Es eso todo lo que hay? ¿Momentos fugaces? ¿Instantes perecederos? Pues vaya.

Al final de todo, leo mi horóscopo y constato que hoy no se ha mojado para nada. Lo que dice es tan ambiguo que me hace sonreír. Para él también es lunes y, supongo, que predecir nuestro futuro un lunes no inspira ni al más imaginativo. A los Aires les hace falta un poco de sur para poder ver el norte. Los Tauro deben cuidar a alguien que quieren de verdad. Los Géminis se aburren en el trabajo. Los Cáncer están protectores. Los Leo van a ver a los amigos. Los Virgo tienen asuntos con gente implicada (esperemos que no en algún atraco a furgón blindado). Los Libra van a estar de exámenes o tendrán algún tipo de prueba. Los Escorpio no revelan sus intimidades. Los Sagitario están a punto de cambiar de aires. Los Capricornio descansan de las tensiones. Los Acuario están en una situación momentánea de hacer lo que les place pero que no durará. Y por fin, amigo Piscis, preocúpate de la gente a la que quieres. Buscad el vuestro y mirad cómo puede encajar en el día de hoy. Yo lo tengo muy fácil. De hecho, lo tendría fácil fuera cual fuese mi horóscopo. 

viernes, 1 de julio de 2011

COMPLICÁNDONOS LA VIDA HASTA EL INFINITO... Y MAS ALLA

Seguro que, el que más el que menos, os habéis preguntado porqué todo tiene que ser tan absurdamente complicado cuando podría ser alegremente tan sencillo. Los problemas son como las setas pero, como parece que no tenemos suficiente, nos creamos unos cuantos más. Supongo que debe ser algo intrínseco a la condición de homo sapiens.

Ayer tuvimos una de esas conversaciones “profundas” en casa. Todo comenzó hablando de matemáticas. ¿Para qué sirven? Fue la pregunta que disparó el tema. Esta vez, metida a científica de pacotilla, le expliqué que, independientemente de si luego le servían o no para estudiar una carrera, tenían una misión importante: desarrollar la capacidad lógica. Le pareció una buena respuesta pero… por supuesto era imposible que la cosa quedara ahí, que yo ya me conozco el percal. Sin comerlo ni beberlo, llegamos a los números… que son infinitos. Pero ¿y el espacio? ¿Por qué el cosmos es infinito? Y como tengo un churumbel muy descreído, que lo cuestiona todo, tuve que explicarle que el hecho de que sea o no infinito no va a resolvernos gran cosa. Que las teorías de si eso es finito o infinito, al no poder ser demostradas, no nos pueden dar una respuesta de SI o NO categórica. Que no, que no podía demostrarle de forma alguna que el espacio se acaba en algún sitio.

Él quiere respuestas concretas y yo le digo que, algunas preguntas las tienen y otras no. Y que mientras nos emperramos en buscar respuestas a todas esas incógnitas, se nos escapa el tiempo de las manos, que no se agobie. Tuve que explicarle que el ser humano tiene una capacidad limitada, que habrá cosas que no podamos ni llegar a imaginar porque están más allá de nuestra comprensión. Claro que el no sabe que el cerebro de su madre está frito de tanto leer ciencia ficción y no tiene ni idea de dónde se mete.

Pero la cosa no podía quedar ahí… porque entonces, ¡plaf! Apareció Einstein y la liamos. Porque yo aún no entiendo la teoría de la Relatividad y decirle que todo es relativo pues no parecía una respuesta de las que admite sin más. Lo remití a Google. Reconozco que ya me lo preguntó anteriormente, que lo miré yo en la Wikipedia y me quedé igual. Como por ahí no parecía que yo fuera a ser de gran ayuda, terminamos en la Luna. ¿Y porqué no vamos a la Luna? Como si yo supiera alguna cosa porque trabajo en la Nasa. Para salir del paso, le dije que gastarse un pastón en enviar un cohete a la Luna para ver cuatro piedras  seguramente no era muy rentable. Ya, pero… ¿volveremos a ir a la Luna? Porque resulta que el chaval estaría interesado en ver la Tierra desde el satélite, que debe ser un flipe. ¿Y se ve la Muralla China desde el espacio? Yo comenzaba a pensar que nuestra conversación, saltando alegremente de un tema al otro, no iba a acabar nunca. Sí, se ve desde el espacio. Búscalo en Internet. ¿Y qué de qué tamaño se ve en comparación con el resto del planeta? ¡¡¡Argh!!!

Vuelvo al tema del inicio… ¿por qué nos complicamos siempre la vida? ¿No tenemos suficiente con que nos digan esto es finito, esto es infinito, esto es posible y aquello imposible? Reconozco que no, que yo misma me cuestiono constantemente cosas que, si no me las cuestionara, posiblemente se resolverían por si mismas. Evidentemente, mi hijo tiene mucha curiosidad y encuentra fascinantes esos temas. Espero que, dentro de unos años, no utilice esa capacidad preguntona para cuestionarse cosas más prosaicas y complicarse la existencia.