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viernes, 24 de junio de 2011

LA MAGIA DE LA NOCHE DE SAN JUAN

Una amiga preguntaba ayer que qué tenía de magia la Noche de San Juan. Y yo le respondía que a veces era mágica y a veces no… que es lo que tienen las noches mágicas. Bueno, no creo mucho en estas cosas. Yo creo que la magia la hacen las personas (en especial los magos, claro, y en concreto el mago Tamariz) y que cualquier noche puede ser mágica sin necesidad de que sea un día señalado. Ni siquiera hace falta que sea festivo ni víspera de nada.

La Noche de San Juan está ligada a rituales antiguos que celebran la llegada del solsticio de verano en el hemisferio norte de nuestro planeta. O sea, que aunque sea de “San Juan” tiene mucho de pagana y poco de santa. Las hogueras parece ser que se encendían para “darle más fuerza al sol” que, a partir de esa noche, iba haciéndose más débil. Los días se van acortando a partir de ese momento hasta la llegada del solsticio de invierno. El fuego también se consideraba algo purificador y que servía para destruir las cosas dañinas. Hay un montón de rituales mágicos ligados con esta noche, que si os dais una vuelta por la red encontraréis en profusión.

También es la noche de los petardos, las bengalas, las tracas y allegados, que hacen que la calle se convierta en una especie de campo de batalla sonoro, y que tengamos que sortear a los grupitos de tiradores de petardos. Ayer tarde intentaba hablar con una amiga por teléfono y, en ocasiones, me sentía como Gila cuando llamaba a su madre desde la guerra… Y eso que, estos últimos años, lo de los petardos ha ido a menos. El olor a pólvora, ayer por la noche, inundaba las calles con ese característico tufo acre que desprende. En una plaza ardía una hoguera. Desde algún balcón o terraza, alguien tiraba cohetes pirotécnicos y mi sobrino se partía de risa cada vez que sonaba un trueno de los potentes. Los perros, muchos, se escondían debajo de las mesas de la cocina, temblando de miedo. La gente llenaba los bares, discotecas y fiestas. Se bebía hasta el amanecer. Se contemplaba salir el sol desde la playa abarrotada. El metro funcionaba toda la noche. Nos desmelenamos –o no-.

Al día siguiente, las calles están casi desiertas, salvo por transeúntes con cara de sueño (o de cansancio, o de lo que sea) que vuelven a casa tras una noche en vela. Es la noche más corta del año y la menos dormida. Sonó mi dichoso despertador, porque hoy es viernes y no me acordé de desprogramarlo. Pero, aunque remoloneé en la cama un ratito, me levanté al poco. Afuera, en el desacostumbrado silencio de la calle, sólo las golondrinas lo rompían con sus chillidos. Muy de tarde en tarde, algún verbenero tiraba un petardo sorprendiéndote de que a alguien le quedaran aún por tirar a estas horas. El olor a pólvora se había desvanecido. Me alegré de haber puesto la aplicación contra mosquitos en mi ipod, porque ayer noche me acribillaron y no me apetece donarles más sangre.

San Juan ya ha pasado. Este año ha sido diferente. Todos los años es diferente, como todas las noches pueden serlo. No creo en noches mágicas. Creo en noches que hacemos mágicas. Creo en la magia de un momento o de una mirada. Pero ¿de una noche? Si te quedas en casa ¿es mágica? Si te emborrachas, te tropiezas y te partes una ceja, ¿es mágica? La magia está en nosotros mismos y ponerle fecha en el calendario no funciona. O no siempre. O no tiene por qué funcionar. Si no ha pasado nada de especial esta noche de San Juan, no os pongáis tristes. Igual la noche menos pensada vives una noche mágica, aunque sea San Tiburcio. 

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