Han estado por aqui

viernes, 11 de febrero de 2011

LEYENDO EN EL BUS


… o, en mi caso, durante el trayecto al trabajo en el metro. Más de una vez, y de dos, me he quedado ensimismada leyendo el libro de turno y me he pasado de estación. Pero desde que tengo vehículo propio, leo mucho menos. Y es que las horas dedicadas a la lectura en los transportes públicos son apreciadas. Luego llegas a casa y, entre las tareas domésticas y dedicarle tiempo a la familia, te queda casi nada para leer. Y en la cama, ya soñolienta, apenas dedico unos minutos al libro que toca antes de quedarme frita.

Hace un par de años, por mi cumpleaños, me regalaron un libro de bolsillo que ha pasado todo ese tiempo en la estantería esperando el momento de ser leído. Y ha sido hoy que lo he terminado con uno de mis –últimamente- escasos momentos en el metro. Apollinaire, Chejov, Kafka, Bierce, Twain y muchos otros autores de renombre en las letras, me han estado acompañando estos últimos tiempos de sequía lectora, a momentos robados, dejándome un grato sabor. Son “cuentos breves para leer en el bus”, tal como reza su título. Y, como decía Baltasar Gracián (y lo recuerda en la tapa del libro): “lo bueno, si breve, dos veces bueno” y estos cuentos cumplen las tres premisas: son buenos, son breves y… dan la impresión de ser doblemente buenos.

El libro se inicia con un título que, más que a su autor, nos recuerda al director de cine que llevó la historia al séptimo arte. Ryunosuke Akutagawa seguramente será bien conocido en Japón, especialmente entre los escritores de ficción –y sus seguidores- ya que hay un importante premio literario del país del Sol Naciente que lleva su nombre. Aquí nos puede sonar a nombre de personaje de dibujos manga. Pero si citamos el título del relato, “Roshomon”, muchos pensaremos en Akira Kurosawa.

Leonid Andréiev “colabora” en este recopilatorio con un relato corto –y bastante oscuro- con “La nada”, donde el diablo –bueno, uno de sus funcionarios- da a escoger a un hombre recién fallecido entre el infierno o el descanso eterno. Según leo en el apartado final sobre los autores, Chejov dijo de este autor que, después de leer dos páginas de su obra, había que salir a respirar dos horas de aire fresco. Y me parece que Chejov, como buen autor ruso, no es que fuera la alegría de la huerta.

Apollinaire, que aunque sea un escritor francés resulta que nació en Roma, es el autor de “El bergantín holandés”, un relato de esos que comienzas y no te imaginas hacia donde nos quiere llevar el autor, porque su inicio, aunque respire cierto aire de misterio, no nos da muchas pistas de cómo puede terminar.

Bierce me divirtió por el tono mordaz de “Aceite de perro”, un relato narrado en primera persona por el protagonista, en el que Buffer Bings nos narra cómo, por su culpa, llevó a la muerte a sus progenitores. Hijo de un honrado fabricante de aceite de perro y de una industriosa abortista local, por un pequeño detalle acaba armándola gorda.

Chejov, sí, el que decía esas cosas de Andréiev, nos deleita con un cuento simpático titulado “Las damas”. El protagonista de este relato acaba agobiadísimo por culpa de la insistencia de las señoras que recomiendan a un joven para el puesto que ha quedado vacante.

Kate Chopin ha sido confinada al olvido –literario- durante mucho tiempo y sus obras esperan traducción pero “El hijo de Dèsirée” está entre los de este recopilatorio. Con el aire de las plantaciones sureñas a “lo que el viento se llevó”, simplemente constata como se puede ser realmente injusto y como esa injusticia puede traer la desgracia a todos por igual.

Bret Harte fue colega de Mark Twain en el mundo del periodismo y aquí participa con un relato sobre un hombre – “El hombre de Solano”-  que, a pesar de que sólo debería haber sabido sobre ovejas, desplumó a todo quisqui. No es de los relatos que más me han gustado pero reconozco que tiene su gracia.

O. Henry no se llamó así hasta 1896. Y es que ese fue el nombre con el que se bautizó después de salir de la cárcel. Su relato, “El policía y el himno”, narra las vicisitudes de un vagabundo que, llegado el invierno, hace sus planes para pasar los meses de frío a “resguardo”. Pero esta vez le va a costar un poco conseguir salirse con la suya.

Kafka nos habla de los nómades en el relato “El viejo manuscrito” y me sorprende porque el título y el contenido del relato no parecen tener relación alguna. O yo no he acabado de entenderlo. Desde luego, el relato no está ni mucho menos a la altura de “la metamorfosis”, ni de lejos.

El relato, en clave de diálogo, de Giacomo Leopardi, me dejó un poco así como fría. Y es que tiene todas las trazas de diálogo para besugos entre un transeúnte y un vendedor de almanaques. “Diálogo entre un vendedor de almanaques y un transeúnte”, tene su  momento filosófico pero, desde mi punto de vista, es uno de esos relatos prescindibles. Y el título tampoco es que esté muy currado.

Jack London me fascinó con un relato sobre los indios, y sobre la vida y la muerte. A través del anciano Koskoosh, vemos como el individuo es un simple engranaje de la vida, y como la muerte es algo inalienable a la misma. De todas formas, no creo que el final de Kokoosh sea justo, pobre hombre. Un relato para reflexionar sobre la inevitabilidad de la muerte. Es lo que tiene “La ley de la vida

Katherine Mansfield pidió que los escritos que dejaba fueran quemados, pero su marido hizo caso omiso y así leemos “La mosca”, un relato que también se entretiene con el tema de la muerte, aunque de forma distinta a los demás. Y una mosca, de forma involuntaria, es parte de la curiosa trama de este relato. Hay que ser un poco sádico para hacerle tamaña guarrada, pobre insecto.

Pierrot” de Maupassant nos desvela el lado más grosero de la crueldad. Pierrot es un perrito feo de raza indescriptible que padece un terrible destino por culpa de la avaricia humana, especialmente la de su ama, una dama de pueblo que, desde el mismo inicio, el autor describe como alguien realmente repelente. Poco a poco, los lectores le cogemos ya la misma tirria que él.

Melville, el autor de “Moby Dick”, deja el mar, en esta ocasión, para sumergirse en la tormenta tierra adentro con un relato de final –para mi gusto- algo inconcluyente. “El vendedor de pararrayos” se dedica a ir de casa en casa, en mitad de las tormentas, para colocar su mercancía. Lo que pasa es que, esta vez, tropieza con un cliente algo difícil. Y yo creo que también un poco tacaño.

El relato que se incluye en este libro de Poe es el último que escribió: “Hop-frog”, que viene a significar algo así como rana saltarina y que hace referencia a la manera que tiene de caminar el protagonista por culpa de una malformación. Está totalmente en la línea habitual de Poe y creo que incluso este relato ha sido de esos que se ha llevado al cine. No sé si en una de esas versiones libres de Chicho Ibáñez Serrador o protagonizada por el inigualable –risa incluída- Vincent Price. Pero me suena la historia.

El siguiente autor, que firma como Saki, en realidad se llamaba H.H. Munro. Nos habla del mundo interior de un niño, torturado amorosamente por su prima y tutora, que ve como su propio dios, “Sredni Vashtar” acaba por acceder a sus plegarias. Un relato interesante pero inquietante. Por lo menos, a mí siempre me inquieta ver ese tipo de crueldad en niños, aunque tenga razón de ser. Bueno, el delicado –de salud- Conradín tenía razones para tenerle ojeriza a la prima.

Stevenson, el de la Isla del tesoro, ofrece un relato tipo cuento medieval en el que dos hermanos buscan “la piedra de la verdad”, sólo que cada uno tiene su sistema. Y todos los sistemas no funcionan. Termina con cierta moraleja, aunque, comparado con algunos otros relatos del autor, no es para tirar cohetes.

Twain no defrauda lo más mínimo con “El cuento californiano”. Ambientada en la California tras el esplendor de la fiebre del oro, la historia está llena de emotividad y de humanidad. A mitad de relato se ve venir el desenlace pero no por ello resulta menos emotivo ni defrauda. Es de aquellas historias que terminas de leer y piensas que han quedado bordadas.  Por cierto que lo de “Twain”, apellido literario del escritor Samuel Clemens, que dicen que nació y murió con la llegada de un cometa, lo cogió del grito utilizado para marcar las dos brazas de profundidad en el río, calado necesario para una buena navegación. En este caso, en el Mississippi, donde Twain pasó su infancia y que es el marco de una de sus novelas más famosas, las aventuras de Tom Sawyer.

A Auguste Villiers de L’Isle Adam no lo había oído mencionar en mi vida. Sus obras más famosas son dos colecciones de cuentos “crueles” y debería mencionar que el de esta recopilación lo es –de cruel-. Un judío detenido y torturado por sacrilegio y bla-bla-bla, en tiempos de la Santa Inquisición (me pregunto que tenía de santa… ), es atormentado por última vez con una de las torturas más simples, pero eficaz: “la tortura de la esperanza”. Pone los pelos de punta. Villiers está influido por Poe y Baudelaire y que, además de relatos, escribió poesía, teatro y novela.

¿Hay algo más hermoso que el sacrificio por amor? Bueno, no sé, igual sí, pero en el caso de “El ruiseñor y la rosa” de Oscar Wilde, nos encontramos con que los sacrificios no siempre tienen una recompensa, ni el más mínimo agradecimiento. Diría que este relato tiene mucho de simbólico. Un ruiseñor, emocionado por el amor que profesa un estudiante a su amada, se sacrifica voluntariamente para que este le pueda regalar una perfecta rosa roja. Lástima que la chica no está por la labor.

Siempre me han gustado los relatos. Son como retazos de la vida, aunque a veces puedan abarcar, de forma escueta y concisa, toda una. En general, los relatos aquí recogidos tienen como denominador común lo de narrar momentos concretos, menos el de Stevenson (que abarca un período más largo), en la vida del personaje o personajes protagonistas.
Lo que les ocurra antes o después de ese instante o de ese acontecimiento está de más o, simplemente merece unas pocas líneas para situarnos en el contexto.

Entre parada y parada (o estación y estación), llevar un libro de dimensiones compatibles con el bolso y que, encima, sea interesante y ameno, es muy de agradecer. 

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