Han estado por aqui

martes, 26 de octubre de 2010

La que soy capaz de liar con un mapamundi a mano

Me encantan los mapas. Ya de pequeña pedí un globo terráqueo a los Reyes, y puedo pasarme las horas muertas, en un momento dado, mirando las páginas de un atlas en busca de algún lugar que he oído/visto mencionar en un libro, o una peli, o lo que sea.

Hace unos días, me entesté en la inútil labor de ubicar Kingsbridge, la ficticia población de “Los pilares de la Tierra”, en un mapa. Existe una ciudad con tal nombre en Devon, pero no es esa que el Sr. Follett nos recrea con todo lujo de detalles, porque la población en cuestión es invención del autor. De eso me enteré más tarde, buscando en Internet. Quizás el hecho de que “La Catedral del mar” si esté ambientada en la Barcelona medieval y que la catedral en si misma exista, me dio que pensar que, a lo mejor, también la catedral de Kingsbridge tenía algo de cierto. Pero va a ser que no.

Esa manía mía de ubicar los sitios en un mapa no tiene nada que ver con ninguna afición a la geografía. No me acuerdo ni de la mitad de capitales de países que aprendí en el cole y aun me resulta difícil pensar en Yugoslavia como varios países o en la URSS como la Federación de Rusia. En mis tiempos de estudiante, había países que aún no existían como en la actualidad. Bueno, y existía Castilla la Nueva, Castilla la Vieja y otras provincias españolas que, hoy, son comunidades autónomas y cuya distribución ha variado. Pero bueno, es lo que tiene haber sido estudiante de EGB y no de ESO. Aunque tengo mis dudas si, en aquel tiempo, no estábamos un poco más preparados en materias como la geografía, la historia y otras asignaturas de índole parecida.

Hoy estaba haciendo limpieza de papelotes de mi agenda de trabajo, que tiene la manía de absorber toda clase de notas garrapateadas que luego no entiendo ni yo, y me he fijado en un mapa de los que la agenda incluye en las páginas finales. Jolin, después de tantos años y tantas lluvias, por fin sé ubicar el mar de los Sargazos. Y parece que está situado en mitad del Berlitziano (ver el libro “Sin rastro”) Triángulo de las Bermudas. Cerca de donde el tiburón más famoso del cine repartía dentelladas a diestro y siniestro. Y cerca de las costas que bañan Savannah o Charleston, donde Scarlett O’Hara luchaba por recuperar el amor perdido de Rhett Butler. Y yo, todos estos años, imaginándolo siempre en algún lugar mucho más remoto. Un lugar extraño, plagado de barcos antiguos de madera, con las velas desgarradas colgando en jirones de los mástiles medio podridos. Barcos fantasma habitados por los espectros de marineros –también putrefactos- que maldecían a aquellos que se atrevieran a entrar en los dominios de los sargazos, algas flotantes que eran las causantes de que aquellos galeones aún siguieran flotando mal que bien. Un verdadero cementerio naval, que parecía tan irreal como un cementerio de elefantes repleto de valiosos colmillos de paquidermo que los exploradores buscaban con afán de enriquecerse.

No sé, eso de que esté tan cerca –relativamente- de Cabo Cañaveral o de Daytona, le resta cierto encanto a la leyenda que yo siempre había guardado en mi imaginación. Me gustaría saber si, en el fondo, hay algo de románticamente escalofriante en ese mar como alguna de las historias de cómics de los 80 lo pintaba.

Ya metida en materia, he seguido revisando el resto de mapas. He buscado en Alaska si veía una ciudad cuyo nombre me recordara aquella población de “Doctor en Alaska” pero no he visto ningún nombre familiar. He recordado la novela “Padre cielo, madre Tierra”, ambientada en las remotas islas Aleutianas, donde hace tanto frío que venden los cubitos envueltos en mantas eléctricas para que no se resfríen. En México me he fijado en el televisivo Puerto Vallarta, donde siempre atracaban los de “Vacaciones en el mar”. Las islas Azores me han parecido mucho más lejanas del continente europeo que nunca. Me ha chocado que haya gente que viva en Groenlandia, que siempre he tenido como un enorme iceberg donde los únicos felices eran los osos polares. He recordado el impronunciable volcán de Islandia, que fastidió a los low-cost hace relativamente poco y del que ya no se acuerda ni el tato. He localizado Zanzíbar, una pequeña isla –sobretodo en comparación con Madagascar- frente a las costas de Tanzania, y me he acordado que tengo un libro pendiente de leer (“Todos sobre Zanzíbar”) que siempre digo que voy a leer y nunca lo hago. He localizado Amritsar, la ciudad santa de los sikhs, donde está el Templo de Oro. Muy cerca está Lahore, ciudad protagonista de una novela que leí hace unos meses, que fue de la India del Raj y ahora pertenece a Pakistán.

En el mismo corazón del Estrecho de Bering, ese que (pre)históricamente fue por donde la gente cruzó de Europa a América para colonizar el continente americano en el año del catapún antes de Cristo, hay ciudades: Uelen (no sé a qué, tiene que tener el olfato congelado), Wales, Providenija y Nome, la mitad rusas y la otra mitad estadounidenses (de Alaska). Fijándome en todos esos lugares tan cercanos al Polo Norte del planeta, me pregunto cual debe ser la ciudad más cercana al mismo. ¿Barrow en Alaska? ¿Qaanaaq en Groenlandia? ¿o Resolute en Canadá? Desde luego, hay que estar “resuelto” para irse a vivir a Resolute. La mitad del año es de noche, la otra siempre es de día y debe costar pegar ojo (a no ser que estés acostumbrado/a a dormir en un principal con una farola justo delante de tu ventana). Y si con eso no tenías poco, lo más probable es que en verano vayas vestido de invierno y en invierno… bueno, en invierno pases un frío de cojones, de esos fríos que, una vez los has experimentado, ya no se olvidan. Si sobrevives a la congelación, claro. De tocas maneras, imagino que la gente de Resolute no “ha ido a vivir allí”, si no que ha nacido allí porque si no, no se entiende que no se hayan largado en busca del sol en lugares más meridionales. Eva María no tuvo ningún empacho en hacerlo y eso que no vivía en Resolute.

Mirar un mapamundi da mucho de sí. Conforme te vas fijando en los nombrecitos escritos con letra de mosca, vas descubriendo nuevos lugares a los que, a lo mejor no quieres ir, pero que te llaman la atención y que son curiosos. Lugares a los que, a lo mejor, tampoco vas a poder ir porque llegar a ellos es casi como subir al Everest en camiseta imperio. Poder se puede, otra cosa es que se deba, que sea fácil o que vivas para contarlo.

A veces, hay lugares que nos parecen el fin del mundo y, en realidad, están a tiro de piedra. Creo que no es el caso de Resolute. Sí es el fin del mundo o casi.

No se me puede dejar sola con un mapamundi a mano. Mira la que soy capaz de liar.

1 comentario:

  1. Pues, yo tampoco imaginaba el mar de los Sargazos dónde realmente está...imaginaba que sería en algún remoto lugar de la otra punta del mundo...;-)

    ResponderEliminar